miércoles, 4 de junio de 2014

PEDAGOGÍA HOSPITALARIA: BELLA EDUCACIÓN. Jaime Espinosa Araya Rector de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) Chile

Desde hace varios años, cada vez con mayor conciencia y compromiso de diversos actores, se viene desarrollando en Chile una forma de educación que, a mi juicio, representa con mayor nitidez que en otros casos los valores esenciales y el sentido de la educación.


La pedagogía hospitalaria es la atención educativa que se brinda a niños y jóvenes que se ven impedidos de participar en procesos educativos regulares, por razones de enfermedad, y que deben permanecer en recintos hospitalarios por períodos más o menos extendidos de tiempo. Muchos de ellos, afectados por enfermedades crónicas; otros, incluso, con bajas expectativas de vida.


Es así como, a la fecha, ya existen cerca de cincuenta aulas hospitalarias en el país con una atención promedio de 25.000 niños al año. Estas cifras, todavía insuficientes, son el resultado de un compromiso muy fuerte de profesores sensibilizados con el carácter inclusivo de la educación entendida como un derecho social; es decir, conducida al ”pleno desarrollo de la personalidad humana y de su sentido de dignidad”. Y como lo establece, en particular, la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas, el 20 de noviembre de 1989, suscrita por Chile y otros 191 países.

La Pedagogía Hospitalaria es una de las formas más bellas de la educación, porque representa un valor en sí mismo, centrado en el más genuino amor al sentido de lo humano. No existe aquí otro interés que acompañar al otro en su crecimiento espiritual en un contexto de adversidad, interviniendo solidariamente la acción de la ciencia médica.

Más allá del proceso de entrega de determinados contenidos curriculares, se busca un efecto de bienestar emocional y calidad de vida que superan la condición de paciente de los niños y jóvenes hospitalizados. Su autoestima, sus ganas de vivir; su libertad, al fin y al cabo, porque sus aprendizajes, incluso son de mejor calidad y, por lo tanto, con mayor potencia de ser, dado el carácter personalizado de su atención.

Aquí no hay selección ni lucro ni Simce; ni religión ni ideologías, ni todo aquello que los rodea. Aquí son todos iguales en su especial diversidad. Las escuelas hospitalarias se están ganando su espacio, porque nadie podría discutir el fundamento ético de su modalidad educativa ni ignorar  el gozo mutuo de este encuentro humanizado entre profesor y alumno. Efecto gratificante que alcanza a sus familias y produce una sutil, aunque poderosa sinergia entre pedagogía y medicina.

En tiempos de Reforma Educacional, la pedagogía hospitalaria debe tener el justo y merecido lugar en las conversaciones del poder, en el sentido de reconocer su singularidad y, por lo mismo, de otorgar un tratamiento diferenciado a la hora de asignar recursos.


La pedagogía hospitalaria es una de las formas más bellas de la educación, porque tiene mucho de amor y de alegría. Porque da mucho de sí y no espera nada a cambio. Eso sí, a veces deja dolores en el alma cuando un profesor va a dar su clase y se da cuenta que su alumno, que mucho ha sido, ya no estará más. 

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